sábado, 30 de abril de 2011

mujer en taxi *


Bien, hice lo que quería. Salí dignamente y me tomé un taxi. Dignamente? Más bien, tristemente. Porque hoy tenía que ser una noche especial. "Ponete linda que te invito a cenar". Hace dos años que trabajo con él. Cena cara, eso sí. Pero después ese bar; muy elegante, claro. Y muy deprimente. Porque entonces, para qué mi vestido rojo de medio sueldo y el perfume en cuotas? Para qué mi trabajoso peinado copiando a Rita Hayworth? Para qué el esmalte rojo y el pintalabios carmesí? No hemos hablado de otra cosa que no fuera de su mujer.  Y de su culpa por dejarla sola. Bueno, ella no ha querido acompañarlo, no?  Ella es la que no desea vivir en Buenos Aires, porque le molesta la contaminación auditiva, no? "Y porque además le pesa el anonimato de la gran ciudad." me ha explicado él. Pobrecita, me imagino!  Que puta madrugada! Y este maldito taxi, con ese tipo que me espía. Esperará que llore? A qué me llevó Agustín a ese bar, tan empecinadamente desierto?Bueno, es un lindo bar; ahí no se va con cualquiera. Caro, es caro. Yo, en cambio, no soy cara. A mi me conforma con ratitos de hotel, porque no quiere que me sienta incómoda en su departamento. "Hay algunas cosas de Marina y no quiero que eso te moleste o te duela". Y hoy ni siquiera eso.  "Ha sido larga y tediosa la sesión, tesoro. Estamos cansados los dos". Qué maravillosamente considerado es! Sobre todo con él, claro. Cuando el señor diputado habla en el recinto, el discurso se lleva toda su adrenalina. Y su lívido, también. "Por suerte lo comprendés tan bien, negrita. Sos la secretaria perfecta". Yo no comprendo nada; cuido mi trabajo, nomás. O me enamoro de él, no sé. Y qué sola me deja cada vez! Seré tan vieja como me siento, ya? De veras ya nos pasó el tren a las de cuarenta? Me duele la espalda. Será de cargar con todo lo que no me animo a revolear por el aire y que caiga justito en la boca del camión de la basura. Me resisto a pensar que pasó el último tren, sin que me diera cuenta! Pero si ni siquiera sé dónde está la estación. Es aquí, señor. Déjese el vuelto. Total que a los viáticos los paga el diputado. Bien, allá vamos! Otro amanecer con solo mi fiel almohada esperándome.  Mariposita de la noche, eso soy. Cuando se apague la luz me moriré y nadie lo sabrá.



*sobre un comentario que dejé en barra libre

jueves, 21 de abril de 2011

en ese bar

                                                                                    
                                                                                             a marcelo y estercita, buscadores de historias

Los feriados largos la ponen triste, porque no puede esquivar la soledad. 
Las veredas se quedan desoladas y eso no les va bien a las que trabajan en la calle. Y para más, el otoño se ha instalado ya, poniendo un vientito  así como de spleen en las esquinas.
El martes fue otra noche triste: lloró un poco mientras se preparaba arroz con leche. Le dolían los pies y tenía frío. Menos mal que existe el arroz con leche; es barato y sanador. A Mecha le curaba el alma y la piel, según le había enseñado su vieja. Se sirvió un tazón y miró televisión hasta que se quedó dormida.

La despertaron las locas de al lado, gritándose como siempre. Se había dormido sin desvestirse y estaba aterida: le vino de perillas la ducha caliente y, como aún tenía unos pesitos, decidió cambiar de paisaje y desayunar en un bar. 

En la calle la recibió un miércoles lloviznoso que le dio ganas de volver y meterse en la cama. Pero ella no se había vestido de "chica seria" con tanto cuidado para eso. Vió el 29 y le hizo señas. Venía con tres o cuatro pasajeros, así que se sentó y se dejó llevar mirando a Buenos Aires como si no lo conociera. Se bajó en la plaza; qué soledad con ese cielo gris, tan linda que le había parecido siempre.
Los bares de por ahí no se ajustaban a su bolsillo y comenzó a caminar por Anchorena hacia Corrientes. Había parado de llover y eso le permitió andar despacio, mirar hacia arriba, reconocer el barrio en los balcones, en las casas que ya no estaban, en las ausencias. Ni los viejos, ni el kiosco de don Pedro, ni la casa de pensión, ni su adolescencia. 
"No voy a llorar otra vez. Mejor entro en ese bar. Esto debe ser hambre". Sin pensar y sin mirar, se ubicó al lado de la ventana. Cuando se quitó el piloto sintió algo extraño, un silencio imprevisto. Seis o siete hombres la miraban callados, como sorprendidos. Entonces, reconoció el lugar que siempre había visto desde afuera, sin poder entrar. "A ese lugar van solo hombres, nena. Hay miles de bares en Buenos Aires!"
Bueno, allí estaba. Los miró con simpatía y sonrió apenas. Hubo movimientos de sillas y carraspeos, pero después de ese momento, un mozo tímido, viejo como el bar, hizo como que repasaba su mesa para no mirarla. 
"Buen día, señora. Qué se va a servir?" 
"Café con leche y medialunas." -y cuando el hombre se retiraba apurado, Mecha levantó un poco la voz para averiguar: "Disculpe, señor; es que entré sin fijarme. Este es el Bar Roma?"
"Si, señora".
"Ah, eso me había parecido"- y volvió a sonreir, recordando, sintiéndose una piba. Sin darse cuenta que seis o siete pares de ojos, volvían a mirarla con atónita incomodidad.

Estaba sucediendo el desayuno solitario mas acompañado de su vida, cuando se acercó un hombre alto, de anteojos, un poco encorvado, pero bastante bien vestido, pudo ver en rápida mirada, largamente experimentada en sus clientes.
-Disculpe, señora. Usted no es Mecha?
-Sí. Soy Mecha y usted quién es?- preguntó con el alma en vilo, sin poder acomodar la voz.
-Soy Juan Carlos, el hijo de la dueña de la pensión. No te acordás de mí, claro. Han pasado tantos años. Me puedo sentar?
-Juan Carlos!... Claro que me acuerdo. Eras tan alto!- y se rió como se reía antes, le pareció al hombre.- Lo raro es que vos te acuerdes de mí, que me hayas reconocido. Estoy vieja, ya.- y se acomodó los anillos, mirándose en las manos el paso del tiempo- Ya no está la pensión, tampoco. Hay un edificio de departamentos, vi.
- Ah, sí. Yo vivo ahí. Te reconocí la voz, creo. Y cuando te miré mejor, reconocí tus ojos. Y la sonrisa- agregó mirándose él también en las manos el paso del tiempo- Y qué te trajo por acá, Mecha?
-LLegué sin darme cuenta, pero seguro, seguro fue la tristeza que me gana a veces. Y un poco de soledad.

Se habían ido del bar porque no dejaban de mirarlos.
Entre arrebatos de charla plagadas de anécdotas, silencios un poco melancólicos, alternar cafés con restaurante y contarse retazos de dos vidas marcadas más con adioses que con amores, les llegó el anochecer: él la invitó a su casa y ella dijo que sí.
Cuando se desnudaron, le costó más a él, porque para ella eso transcurría así nomás y ahora se sentía con la misma loca inconciencia de una adolescente.
Hicieron el amor con la torpeza de la primera vez y la pasión que renace en esos encuentros que descubren historias inconclusas. Estuvieron brillantes y brillosos; lentos y desesperados; briosos en la mirada, acuciantes en el ombligo, calmados en la entrega; convocaron en cada gesto a la esperanza.
Entremedio, a la madrugada, Mecha preparó el mejor arroz con leche de los que tuviera memoria y mientras el brebaje sanador hervía lentamente, tomaron vino que acompañaron con un poco de queso y otro poco de pan viejo tostado por Juan Carlos, que olía a gloria.
-Dice Pettinato que el olor a tostadas es olor a que alguien te quiere- dijo Juan Carlos buscándole el fondo de los ojos.
-Dice mi amiga Gabriela que el arroz con leche es matapenas- dijo Mecha dejándolo entrar hasta el fondo de sus ojos.
Al rato, en esos intervalos para la ternura que siempre tiene el buen sexo, él le preguntó como esperando una sentencia: 
-Y si me enamoro de vos?
-Te vas a enamorar de una prostituta vieja. Pensalo mejor. Eso es lo que soy.-fue la sentencia.
-Una linda prostituta que no arregló precio conmigo.- mencionó sin alterarse- Y si el destino viene así..., ya lo pensé. Y con ese arroz con leche!
-Así de fácil se me va a ir la triste soledad?- preguntó Mecha, con ganas de llorar, pero sin miedo a llorar, esta vez.
-No. Tan fácil, no. El Bar Roma será espacio de mi exclusividad. Y tu vida también.

El amanecer anunciaba un feriado largo que no la iba a poner triste. Ni las veredas desoladas, ni el spleen de las esquinas.
En sus brazos, se durmió desnuda y sin televisión.


spleen: usado como estado de melancolía.

viernes, 15 de abril de 2011

aplausos y abrazos para él 

dormir con medias  

















Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.


publicado por Guille en su bello blog ya está escrito

lunes, 11 de abril de 2011

Cartas

                                                                                   
                                                                            Buenos Aires; 7 de abril de 2011.

Mi querido Faustino:
                               Feliz cumpleaños! Espero que esta carta llegue a tiempo y no cause inconvenientes en tu vida de familia. Es que la envío al remitente que estaba en el sobre y ya no sé si es el de tu casa. Tu última carta es del 14 de junio de 2003 y no tenía remitente. Recuerdo que me quedé muy triste porque en ella me decías que se cumplía otro aniversario de la capitulación en Malvinas y que sentías que habías capitulado con el Amor. Y casi nada más. Entonces, no supe dónde contestarte y se me llenó de soledad el corazón.
                               Pero ahora, mirá cómo es la vida, Faustino! Vas a ser abuelo! Y parece que todo sucede felizmente a tu alrededor, por lo que es hora de que ese muchachito desesperado de miedo se pierda en tu memoria y ya no vuelva; porque en él fue creciendo un héroe que deberá inventar cuentos heroicos con final feliz para ese niñito que llegará pronto y que verá en su abuelo a un gigante capaz de todo. Y tienes de tu lado, mi héroe, que por esta vez, será verdad.
                               Lo que me cuentas de Carmen, me hace agradecerle que no te haya dejado capitular ante el Amor. Me suena un poco raro, pero así es. Yo te hubiera amado igual, si hubiera tenido la valentía y la paciencia necesarias. Pero aquel desaliento de mi juventud me alejó de tus brazos, de tus besos, de tu mirada oscura que me sigue mirando desde tu fotografía. Y de esos abrazos que me prometías y a los que renuncié antes de que me abrazaran.
                                 Por cierto, mi cobardía me ha resultado cara. Intentar reemplazarte con Miguel no me sirvió de nada: su marca de la guerra lo ha tornado violento y cruel. Cuando se fué sin siquiera mirar a su hijo, sentí un alivio tan desmedido que me hizo sentir culpable. Y luego, ya nada. Mamá se ha puesto muy viejita y Pablo es un adolescente que me necesita mas de lo que quiere aceptar. No hay tiempo para mí. Pero me consuela releer tus cartas y recordar las mías. De todo ésto, Faustino querido, lo que mas lamento es que nos hemos perdido la pasión. Y eso me hace llorar siempre; ahora también.
                                 Total, que ojalá esta carta llegue para tu cumpleaños.
                                 Te mando un beso como los que nunca dí. Sé feliz por los dos.

                                                                                                            Tu Celina.

miércoles, 6 de abril de 2011

esa rutina

los dos saben.
se tocan con los ojos.
se besan con el roce del papel
entre expedientes y notas
sonrisas y silencio.
ella a veces le sirve un café:
susurra "una y dos"
la medida del azùcar.
él a veces le analiza
la curva de la cintura.
ninguno altera el orden
de ese deseo opreso.
ya nada sería igual
si eso sucediera.
ni el subte ni el espejo
el perfume la oficina
ni esa mágica rutina.

sábado, 2 de abril de 2011

Cartas




                                                                                              Villa Angela,  2 de abril de 2011.

Querida Celina:
                                 No sé si esta carta te encontrará en esa dirección, pero igual te escribo, porque ya sabés que de vez en cuando tengo necesidad de hacerlo y la semana que viene voy a cumplir cincuenta años.
                                 Hoy me desperté raro. Anoche, Celina, mi hija que lleva tu nombre, nos ha anunciado que va a ser mamá; te das cuenta? Es tan jóven con sus veintitres años!  Y cuando la he abrazado, jubiloso y emocionado, me ha dicho que si es varón lo llamará como su abuelo y no importó que le rezongara diciendo que Faustino es un nombre antiguo. Ella se ha reído y me ha contestado que no le importa, porque llevará el nombre de un héroe. Casi me pongo a llorar con el mismo miedo de antes, mirá.
                                  Carmen me adivinó como siempre y cuando se fueron todos y nos fuimos a acostar, me pidió suavemente que hiciéramos el amor. Que a ella le gusta hacer el amor con un héroe y entonces, sí, lloré un poco entre sus brazos y luego traté de amarla como ella lo espera, aunque siempre en esta época del año me inunda esa terrible tristeza que tantas veces te he contado.
                                  Ay, Celina querida! Vos fuiste la primera en llamarme héroe y despues de casi treinta años, aún me produce esa palabra como un revoltijo de miedo en el estómago. Sí, si. También me enseñaste que lo que ha sido heroico, es haber zafado te toda esa maldita resaca de la guerra. Por eso necesito decírtelo otra vez.
                                  Fueron tus cartas de amor, Celina. Desde la primera que recibí, de casualidad, sin nombre, con aquel comienzo: "Querido soldado: ..." hasta la última, cuando te despedías de este amor imposible: "vos en el Chaco y yo en Buenos Aires, Faustino, haremos de este sentimiento una carga. Así que te escribo para despedirme, mi querido Héroe. Siempre estarás en mi corazón, con toda tu lucha y toda tu fuerza. Deseo con toda mi alma que seas feliz. Yo trataré de serlo también. Te lo prometo por todo este tiempo." Cierto; no pude irme del Chaco. Villa Angela me ha protegido como una madre de los malos recuerdos, porque parece estar suficientemente lejos de todo aquello. Y aunque Carmen es una compañera maravillosa que me pone el hombro con tanto amor, fueron tus cartas las que me salvaron del infierno de la locura. Por tus cartas, querida, soy este hombre contento de sí mismo.
                                  Sin embargo, ya sabés que por este tiempo del año, necesito de tus cartas de amor, sin poderlo remediar con nada. Es lo único que me salvaría de los golpes que me asesta la memoria y me transforman en aquel muchachito desesperado de miedo que fui en Malvinas.
                                    Ojalá que esta carta te encuentre en esa dirección, sería un buen regalo para mis cincuenta.
                                     Un beso de los que nos escribíamos entonces. 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               Faustino