viernes, 27 de noviembre de 2009

ilusión




estábamos ahi
como nos gusta estar
y, susurrando, me dijiste:
las yemas de tus dedos
me llovinan la piel...
y es tan fresco!

entonces
yo sentí
que nuestro amor
no se morirá
antes que nosotros.




lunes, 16 de noviembre de 2009


como a la lluvia
la tierra agotada y sola

como el viejo libro
un dedo que marque sus letras

como al blando pan
la boca blanda de los viejos

como el beso furtivo
a los labios del amante

como la canela
al arroz con leche de la abuela

como el tobogán
a la risa de esa niña

como al bello pecado
la bella copa de champaña

como la soledad
a la carta que la despida

asi necesito
el apretado calor de tu abrazo.

tráemelo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

ya no

Iba con cara de pájaro herido, de niño solo, de guerras no queridas.
A esa hora el subte está casi vacío, y él iba distraído con su adentro, asi que podía yo mirarlo sin que me viera. Tenía unas bellas manos de dedos larcos y uñas cortas y prolijas. No llevaba anillo.
Seguramente, él tambien iba camino a su casa. Era la hora del regreso de los mas tardíos.
Me llamó la atención un papel amarillo con el que jugaba distraidamente, haciéndolo girar lentamente entre sus dedos.
De pronto volvió a leer lo que en el papel estaba escrito, hizo una mueca de dolor, miró un poco hacia arriba sin ver nada y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sin embargo, no era un hombre triste; era un hombre herido. Sorprendido por un dolor que le encorvaba la espalda y le marcaba un gesto de casi crueldad en la mirada.
Sin cambiar el gesto, ni secar las lágrimas, se paró de golpe y se bajó apurado, como dándose cuenta que esa era su estación.
Y el papel cayó cerca de mis pies lentamente, colmando mi curiosidad.
Lo alcé apurada por leer.
Con presurosa y firme letra de mujer, (respetando la métrica, qué curioso), alli estaba escrito:
Ya no soy más que yo para siempre y tú
ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro,
no sabré dónde vives, con quién,
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.
............................................ Paula
Me dió un escalofrío pequeño en las muñecas y en esa línea angosta que cierra el esternón. El nombre de Paula se leía tembloroso, desprolijo. Me despertaron los versos -a cuya autora tengo entre mis predilectas- la certera tristeza que despiertan los adioses asi, como ese, que parecía definitivo.
Me imaginé ese dolor enojado que sentimos a veces las mujeres; percibí a Paula escribiendo esos versos en el último gesto teatral que necesitamos para bajar el telón.
Habrá sido entre los dos ese silencio espeso y huidizo de miradas, cuanto las palabras ya no valen ni para decir adiós?
Subí las escaleras del subte pesadamente y, ensimismada, caminé con sed hasta mi casa, ahogada de esa angustia ajena unida a la membranza de alguna angustia mía.

Porque estos días él anda en un viaje que nunca acaba, aunque dure dos semanas, me recibió la casa sin abrazos. Suspiré hondamente, lei de nuevo los versos de Idea Vilariño y con sumo cuidado pegué el papel amarillo en la puerta de la heladera, junto a las notas que me ayudan a ver obligatoriamente las cosas que no debo olvidar.

domingo, 8 de noviembre de 2009

piernas


Le había gustado aquella invitación.
Había sido del todo diferente a ir de copas o a bailar.
Escuchar música en un Club de Jazz, un lugar de reunión privado.
Era aquel un espacio muy acogedor, techos bajos, clima intimista. Un poco masculino pero bello. Rojos en las telas; seda en los cortinados y pana en los tapizados. Muebles de madera oscura, luces doradas y blanquecinas, tintineantes.
Tenía aquel ambiente claroscuros que le prestaron a aquella música un marco especial, como especial había sido el artista.
Se sonrió para sí misma. Sí que era del todo diferente esta noche.
Porque al concierto del Club de Jazz, le había seguido el convite para unas copas en este lugar tan ajeno y como fuera de las reglas.
Miró alrededor y la asaltó una sensación extraña; todo era nuevo para ella.
Su amiga la había dejado sola con su copa de vino y ella comenzaba a sentirse un poco inquieta, cuando vió que con un grupo de amigos, había llegado el artista.

Lo habían invitado a brindar por su concierto. Eso estaba bien, se sintió relajado y contento.
Tomó su copa, dedicó algunos comentarios y se alejó un poco del grupo.
Aquello le había parecido fascinante apenas entró. Y quería recorrerlo despacio.
-Ahora sí que vamos a un lugar muy privado y muy ilegal- le había anunciado su anfitrión. Y no había exagerado.
Era el segundo piso de uno de esos edificios de departamentos antiguos y señoriales, por lo que era insospechable la existencia de este espacio alumbrado con luces bajísimas y velas; adornado con muchos espejos, maderas labradas, muebles de estilo.
Bebió un poco de cava y pensó en filibusteros y mercancías. Ciertamente, se dijo con una mueca de sonrisa, había allí un aroma a clandestinidad, como a perdición, que le encantaba.
En su recorrida vio que aquel piso tenia unos cuantos cuartos, como recovecos de neblinosa privacidad, con el reflejo de la velas multiplicado en los espejos, lo que ponía un curioso resplandor en las miradas.
Había mucha gente que se movía despaciosa y susurrante, eso también le gustó. Ese pesado ambiente de complicidad.

Volvió al espacio mas amplio, donde estaba la barra y, cuando se dirigía a buscar otra copa, la vio.
Estaba a un lado, sola, sentada en unos de esos bancos de madera tallada un poco largos.
Más que ella, le llamaron la atención sus piernas. Las tenía apoyada una sobre otra en forma muy sinuosa y su pollera negra de una tela que caía suavemente, como un cortinado refinado (pensó en eso, exactamente) era un marco espléndido.
Eran unas bellas piernas redondeadas de piel muy blanca que parecían resplandecer sobre la opacidad de la luz.
Se acercó a ella atraído por el tono nacarado de su piel que hacía tan notorio el recorte de sus piernas. Cuando se cruzaron sus miradas, una imperceptible señal de sus ojos, despertó en ella la complicidad de una sonrisa y le hizo lugar a su lado.
Mientras él sentía a su costado la firme tibieza de su pierna, ella le pestañeó el suave comentario: “Vaya qué honor! Nada menos que el artista argentino!”
Adrián sintió una amigable excitación ante aquella bienvenida. “Has estado ahí…, y
te ha gustado?” “Muchísimo!... diferente y especial, como el artista.” Lo dijo con naturalidad, así como aceptó que él tocara un poco sus piernas, haciendo lugar para que pasara el mesero Había mucha gente y poco espacio, por suerte para él.

Iban a iniciar alguna charla, cuando vino la muchacha que tomaba fotografías a mostrarle algunas tomas y escuchar su opinión, pues allí harían con él una sesión de fotos para la prensa. Traía una cámara no convencional, profesional, enorme, y la pantalla los iluminaba con tonos anaranjados y rojizos, que le sumaba encanto a esa española que marcaba las palabras con un acento muy pronunciado que le acariciaba el nacimiento de la barba. Conversaron entonces, un poco de fotografía y luego de música; hablaron suave, ella ponderó su actuación y él habló de lo bien que lo había pasado en ese Club, con un público tan cálido y receptor. Y luego de la voz de Janelle Monae, que se escuchaba en ese momento y que hacía todo más sensual, más erótico.


Entonces, ella movió sus preciosas piernas en un movimiento como de enroque, enormemente seductora y él las miró otra vez, alucinado. “Sos una mujer muy, muy linda”, le dijo silabeando mientras observaba la reacción de ella, “me erotizan tus bordes redondeados”, lanzó con rebuscada torpeza. Ella se rió blandamente. Estaban muy juntos y la mano de Adrián se distraía en el regazo de ella, que de tanto en tanto movía sus piernas para permitir el paso. Hablaron de Madrid y otra vez de música, como esperando. Se miraban como esperando tambiçen, en un momento de aislada intimidad. Ella pendiente de su voz que le cosquilleaba entre el pelo, él pendiente del leve movimiento de sus piernas que sostenían apenas la yema de sus dedos.


Jugaron a seducirse un largo rato, ajenos de todo aquello. Hasta que Adrián tuvo que irse a la ahora maldita sesión de fotos y allí se demoró un poco mas de la cuenta. Cuando volvió a buscarla, ella ya no estaba donde la habia dejado. La divisó cerca de la puerta, yéndose. Intentó llamarla con una mirada intensa como la intensidad que ella le despertaba, pero ella le tiró un beso prometedor sabiendo que nada se cumpliría y se fue, como se van esas mujeres solas que conocen el vuelo del pájaro que no hará nido en su ventana.
El quedó allí, mirando su ausencia, como se quedan los cazadores que pierden la presa sólo para que siga siendo una presa y despertando esa intensa sensación que lo acompañó un larguísimo rato, con la memoria de esas piernas que le picaban en la palma de la mano.

viernes, 6 de noviembre de 2009

exorcismo de viernes


contra la maldición
de la página en blanco
que me provoca
tu ausencia
he decidido escribir
sobre la señal
que tu cuerpo ha dejado
en las sábanas
tocoescribo
cada blanco pliegue
hueloescribo
en el blanco embozo
deseoescribo
en la blanca textura
que me apura
que me lleva
que me eleva en la memoria
hasta que vuelves.

martes, 3 de noviembre de 2009

feliz cumpleaños, Cronista.


imagen robada de AREN Y CAL- Gracias, Anabel

la idea fue de Sandy.
le hizo el filo al Detective
y acordaron mientras se miraban
campaneando otros deseos
que el Zurdo era el punto justo.
el cusifai guardaba algunos conocidos
del tiempo de la cafúa.

al rato el asunto ya estaba cocinado.
le batieron que Estercita
estaba invitada a la farra
y como el gilún seguía encamotado
consiguió mágicamente varios frascos
de wiski y champán bien non santos.

rozando las rodillas y los codos
en la grasienta mesa del rincón
tramaron aquellos dos la lista de invitados.
como el quía ya era en la ocasión
mas que cronista, consagrado artista
pusieron en la tarea empeño de gomias.

de entrada anotaron a las naifas
que ahora van con cartel de ninfas;
a la papusa de la voz sensual, Susana
a Miriam para la serenata
sin olvidarse de Sil y la Gallega
de Madrid, bien fanas del Cronista.

a esta altura, Sandy ofreció un vinito
y el Detective le agradeció
con una larga mirada a su cadera.

ahora le tocaba a los galanes:
el Zurdo se aseguró el convite;
consiguió zona liberada con el taquero
de Menardez y el Hurgador de libros
ni qué hablar, son compañeros.
el Tipo De Los Faros, inexcusable
es el dueño de la guitarra
se enviaron mensajes de texto
al Gallego de barcelona
y al Cumpa del tuyu, por si las moscas.

ah! y con la idea de Maracuyá
que bien se ganó ser invitada
se consiguió que Luz De Gas
trasmitiera por el éter la velada.

todos dijeron que sí, que por supuesto.
y acordaron ser tumbas con el tipo.
las minas chamuyaron con Sandy
lo del morfi y estuvo todo casi listo.
la sorpresa de la barra por el cumple
del Cronista venía que era un lujo.

las minas llegaron brillosas y arreboladas
con algunas cairpirinhas agregadas.
entre risas colgaron banderines
y racimos de globos colorinches.
manteles de papel y velitas perfumadas.
el Detective eligió un disco de blues
encendió un faso y relojeó la silueta
de Sandy organizando el escabio.

los tipos fueron cayendo de a uno en fila
empilchados pal convite y pa las minas
el Zurdo como siempre un poco farabute
y los langas marcándose de reojo las pintusas.

a rato, la Maga y Cecy con Cristina
se fueron a traer al del cumpleaños,
mientras Estercita y Miralunas
con Menardez colgaban un retrato
ad hoc del tal Recúpero.
fue la hora y amurado
con el dulce chamullo de las ninfas
llegó el cronista.
tardó un poco en darse cuenta
porque el quía no se banca la emoción
cuando lo toma de sorpresa
y estaba alli sin tener la menor idea.

araca! que aquí estamos y no es cachada.
orgullosos de quererte vamos siendo
tus gomías y por eso te cantamos
Cronista, feliz cumpleaños!

señoras y señores, están todos invitados
a desearle con nosotros buena vida, buenos vinos,
buenas canciones, buenos libros, buenos amigos
buen amor y mejores madrugadas!



domingo, 1 de noviembre de 2009

Recuerdos que trae la lluvia


Darío era el padre más lindo de todos los padres de mis compañeras del último curso de la secundaria.
Era alto, delgado, con distinción de caballero y gracejo de atorrante.
Tenía unos ojos de cielo, muy decidores. El cabello y el bigote canosos y suaves daban un marco absolutamente adecuado a aquella sonrisa llena de mensajes.
Darío era un galán, simpático y distante. Un seductor nato del que, según lo que les estoy contando, ya todos saben que nos tenía a todas aquellas adolescentes locamente enamoradas y envidiábamos a Raquel, mi compañera y amiga por aquel padre tan glamoroso.
Porque, además, era un bailarín espléndido. Y tenía una condición que adorábamos: en cada baile en el que nos encontrábamos (esos bailes que compartíamos con los “viejos”), nos invitaba a bailar a todas!
Aunque Raquel era una de mis amigas más intimas, yo guardaba un secreto que no compartía con ella ni con ninguna: Darío era para mi como un amor prohibido. El siempre cruzaba bromas conmigo (bromas de padre de Raquel, claro, aunque yo sentía que tenía el sol en el alma) y cuando me invitaba a bailar también: me dedicaba algún piropo inocente: “bailan las flores hoy?” y yo me reía y mientras sus manos se dibujaban para todo el tiempo en mi palma y mi espalda, posaba yo apenas mis dedos en su hombro rogando que no percibiera mi ansiedad.
En nuestro Baile de Egresadas el bailó con su hija y luego conmigo un largo momento del vals. Nunca me olvidé de su mirada y su gesto. Con la ceja un poco levantada y su encantadora media sonrisa, me anunció: “Serás una linda mujer. Te extrañaremos”.
Yo me iba hacia la universidad y me llevé entre otras lejanías y mis 17 años, esas palabras que escuché como una declaración de amor.

Cuando lo volví a ver, yo era una mujer de cuarenta y pico y él un hombre de casi ochenta años.
Aun usaba aquel bigote, conservaba aquel cabello de luna y mantenía intacto el glamour. Apenas caminaba mas lento y con las manos un poco bamboleantes, como con un movimiento de indecisión. Pero sus ojos y su mirada eran iguales a como yo las recordaba.
La convencí a Raquel de ir a visitarlo. Se alegró tanto de verme y me miró con una especie de juventud escondida, que me hizo reir con timidez. Matilde ya no estaba, todos los hijos se habían casado, pero él tenía los recuerdos mejores, aquella casa amigable y sus libros. “No la paso tan mal, me contó observándome desde su sillón.
“Tuve razón: sos una linda mujer. Y te extrañamos.”
Nos miramos con Raquel y nos reímos, seguía siendo aquel galán que la disgustaba un poco.
Nos despedimos ya y nos acompañó hasta la puerta.
Yo le di un beso y le dije al oído lo que creí que ya no importaba: “Sabe, Darío? Yo siempre estuve enamorada de usted”.
Entonces, él hizo algo inesperado; me miró hondamente, como con tristeza, estiró su mano insegura hasta mi cabeza y tomando apenas un mechón de mi cabello, susurró: “Yo también, Marta, yo también”.

Pude llorar aquel adiós, sólo cuando el tren empezó el viaje de regreso.
Y aún ahora, a veces, me ronronea el alma, acariciándola.