lunes, 30 de marzo de 2009



Queen
en la madrugada
y en la calma
de las sábanas.
.
mirabas
la musica
por dentro de tu alma
con tu mano
dormida en mi espalda.
y yo
te miraba a vos
con la vulnerable certeza
de nuestro amor
cuando te miro.

martes, 24 de marzo de 2009

alicia y el paraguas





El otoño había puesto amarillo el aire de la tarde y corría entre las tipas un airecito amigable.

Y en aquel pedacito de Buenos Aires, bello y distinguido, algún palomo enamorado arrullaba entre las ramas.

Llegué a la plaza en busca de ese silencio poblado de sonidos que tienen las plazas en los atardeceres de domingo, porque el libro que estaba leyendo requería ese lugar y ese aire.

Mientras caminaba por la vereda que la rodea, mis ojos chocaron con un paraguas, de esos plegables, abandonado junto a un ligustro. Se le veía en el estampado sucio de barro seco, que alguna vez había sido bonito y elegante. Me despertó un pellizco de melancolía su abandono.
Me senté en uno de los bancos donde el fino encaje de las tipas dibujaba movedizas gotas de sol.
Y cuando recorrí el lugar con la mirada, me encontré con ella.
Tal vez tuviera unos setenta años.
Estaba sentada apoyando apenas su cuerpo en el asiento, con la espalda erguida y la mirada lejana. Estaba maquillada con un poco de locura: lo digo por la sombra azul que embardunaba su mirada clara, sorprendentemente joven. Y luego el rubor melocotón y sus labios encremados con un color rosado intenso.
Sin embargo, su figura vestida con ropajes de telas haraposas que habían tenido mejores tiempos, era de una distinción insoslayable. Tenía las pequeñas manos cubiertas con unos guantecitos tejidos por manos sutiles, enlazadas a una preciosa cartera de charol de principios del pasado siglo. Y con un gesto entre pícaro y dulzón, cuchicheaba con alguien invisible.
Mis ojos y mi alma, y mi imaginación ociosa, se regodearon por un largo rato con la imagen de aquella mujer que debió ser bellísima.

Cuando iba a retomar mi lectura, desde un banco vecino, como por arte de magia, en el diálogo de dos hombres cincuentones, muy elegantes, ubicados en un banco cercano, me llegó su historia.
Fue así como se los cuento.
- Pero, Juan José, ahora que la veo bien, aquella no es Alicia Cullen Espinoza?
- Ah, sí! Es ella…, es ella! Mirá vos!
- La miro y casi no puedo creerlo!... Qué hará en el barrio?... Me habían dicho que estaba internada, medio loca, pobrecita.
- Je! Esa pobrecita está en el recuerdo de casi todos nosotros. Te acordás qué flor de mina que era? Una princesa que te amaba como una diosa, por algunas monedas. Mierda! Qué hato de giles, ni nos dábamos cuenta.
- Vos fuiste a su casa también, flaco? Te preparó ese té de azahares con no sé qué licor? Te convidó con aquellas masitas de almendra?
- Si. Fui. A mi me llevó a su casa Ricardo, el primo. Te acordás de él?
- Me acuerdo. Era una porquería de tipo que se ganaba unos mangos con la desesperación de ella. Sabés, hermano? Nunca mas estuve en otras sábanas como aquellas, ni me besaron por el centro de la espalda como ella me besaba.
(Y ella seguía ahí, ausente, con la mente enmarañada en dios sabe qué recuerdos que le ponían la sonrisa como burlona y sensual, a pesar de toda aquella pintura).
- Cuántos años teníamos en aquella época? Catorce? Quince?
- Cuando Ricardo me la presentó, yo tenía catorce – se queda el llamado Juan José, por un momento en silencio, y luego decide: Mirá, te voy a contar un secreto. Fue una tarde de domingo, también. Dije que iba a misa y me fui a aquel altar –cuenta con intima sonrisa- lo recuerdo perfectamente porque ella me desvistió muy despacio dejándome solo los zapatos. Fue tan excitante, que apenas comenzó a besarme eyaculé sobre mis zapatos. Y si alguna mujer me besara otra vez así, creo que volvería a pasarme lo mismo.
- Ah, cómo besaba esa mina, hermano!.... Cómo besaba!...
- Y esa manera que tenía de tocarte… Tenía las manos como de seda, no?
- Me acuerdo una vez, que me acarició y me besó tan lentamente que casi enloquecí de gozo y luego pasó un dedo por mi semen y se mojó los labios, mientras me miraba con esa mirada tan clara, tan lejana, tan transparente… Ay, Juan José, le daría a mi mujer lo que me pidiera por algo la mitad de parecido a aquello!
- Seguirá siendo virgen?
Esa pregunta me hizo perder mi posición distraída, simulando que leía y los miré sorprendida.
Aquellos dos hombres, que habían ido cambiando el tono de sus voces hasta hacerse íntimo y ronco, miraban a la dama con tanta intensidad y tanta emoción…
Yo la miré también y ella había cambiado su posición y apoyaba su codo sobre el respaldo del banco y el mentón sobre la mano, como si posara para alguien en actitud de remembranzas.
Mi loca curiosidad, inclaudicable me llevó hasta ella, que me vió llegar como si me esperara.
- Buenas tardes, señora. Usted se llama Alicia?
- Si. Me llamo Alicia Cullen Espinoza, si aun me llamo así –me contesto sonriendo, con una voz joven, sensual, inigualable.
- Aquellos dos hombres hablan de usted con profundo amor.
- Ah, esos muchachos de ahí?
- Si, esos hombres- repetí.
- Deben ser amigos de mi primo Ricardo- se rió apenas, como para ella y con esa mirada tan clara, tan lejana, tan transparente, continuó: -Yo era la joven mas rica y mas mimada de este barrio, sabe usted? Pero luego mis padres murieron y me volví un poco loca.
- A qué edad le sucedió eso?
- A los treinta años, creo. Se me ha ido la vida entremedio… No sabía hacer otra cosa que tocar el piano y Ricardo me dijo que era lo mismo que acariciar. Y que besar era como tomar el té. A mi me encanta el té!
- Ah… el piano y el té la hacen feliz?
- Ya no. Pero entonces…, entonces venían aquellos jovencitos y ellos me dejaban un poco de dinero por un instante de música, un poco de té, mis caricias y mis besos. Esos cuerpos desnudos a mi merced eran obras de arte, si pudiera usted entenderlo.
- Lo entiendo, claro.
- Y como decía mi primo Ricardo: qué mas puede pedir una loca? Y me dejaba siempre un poco de aquel dinero…
- Igual, esos hombres hablan de usted con amor- dije más para mí que para ella.
- No se deje engañar, querida. Una loca también puede esperar que alguien la ame, le regale un beso, una caricia, una taza de té. Y a mi nunca nadie…
Y entonces, ella se puso de pie y comenzó a caminar lentamente hacia la puerta de la Iglesia que preside la plaza.
Los hombres ya no estaban.
El aire había comenzado a ahumarse de noche.
Y yo pensé, inevitablemente, en aquel paraguas abandonado.

domingo, 22 de marzo de 2009

cada tanto


Estos días he andado así, enfurruñada.
Cada tanto me pasa, pero es que antes vos no estabas.
Y cuando me pasa es porque me canso.
Me cansa un poco la cotidianeidad.
Me entristece.
Se esmerilan los colores y me duele la vida en los hombros.
Se me pone áspero el corazón de una forma inexplicable.
Y mi alma podría pasar indiferente por sobre un dibujo de Rayuela sin intentar llegar al Cielo.
Así que me da por llorar. A ratitos. Un lagrimeo y un sollozo.
Nada que pueda espantar a los duendes.
Y luego, le dedico un guiño a mi mirada de siempre, y hago que las lágrimas me embrillen la mirada.
Y me vuelve la risa, en un momento.
Es que antes vos no estabas.
Nononono.
No quiero hablar de nada.
Mejor, quiero estar un rato en silencio. Mirándome las tripas.
Escuchando el camino de mi sangre.
Viviéndome a solas un instante.
Ahora ya puedes abrazarme.
Necesito tus brazos. Tu mirada. Tus besos.
Nuestros besos en los marcos de las puertas.
Nuestras charlas interminables de piernas entrelazadas, mezclando la risa con lo serio.
La rutina con la magia. Acunando nuestro amor entre las sábanas.
Es domingo y ya sabes.
Me gusta vivir contigo los pecados que elegimos para reirnos del infierno.
La fiesta de nuestro amor que nos despierta el hambre que enmiga la cama y la pereza insoslayable de la siesta.
Y que nos amanezca el anochecer!...
Me pasa cada tanto la tristeza.
Es que antes vos no estabas.

miércoles, 18 de marzo de 2009

elogio del amor


los besos
que no damos
se mueren de frío.
Toro Salvaje
.
has puesto
tu color y tu música
en el orden
de mis cosas de mi casa
de mi vida.
.
cada noche
cuando vuelvo
al resguardo
de mi elegida soledad
la encuentro
confundida en tu abrazo.
.
mis gatas
vienen distraìdas
a saludarme
y la luz
de la alcoba esta encendida.
.
has puesto
tu presencia
donde antes yo dejaba,
en silencio,
mi desmañado
vestido de la calle.
.
y mis besos
ya no son
esos besos que se mueren de frío.
.
pero
guardo en el espejo
a la de antes
no quiero
que te vayas
y me lleve consigo el olvido.



martes, 17 de marzo de 2009

graciela haydeè aguirre


El 17 de febrero de 2009 el Tribunal Oral Nº4
de La Matanza, Provincia de Buenos Aires, Argentina,
absolvió a Graciela Haydeé Aguirre,
la mujer acusada de haber asesinado a su marido,
el 4 de junio del 2007.


allí está ella
narrando la épica de su dolor
sangre decolorada su llanto

es pequeña
(quién lo diría?)
tiene la mirada oscura e intensa
boca de besar
cuerpo de mujer.

y tiene
atado a su tobillo
un grillo acusador.

allí esta él
pensando.
pensaba yo
en él, pensando.
el Señor Fiscal.

y allí estan ellos
escuchando
tres hombres mirando
a la mujer pequeña
que enjuga lágrimas
y horror.
allí está el Tribunal.

y acá
estoy yo
mirándola en el televisor
sin poderla abrazar.

graciela haydeè aguirre
que para decirte
inocente
te obligamos a matar
soy tu compañera.

martes, 3 de marzo de 2009

ahora es la hora



te ríes de mi

te burlas de mis miedos
me quitas
el alfiler de la espera
y me pones
cosquillas de ángel
en la espalda

pájaros asustados
dices
y me llenas
de esos besos las palmas

murciélagos desolados
anuncias
y me cosquilleas
con la humedad de tu risa

ángeles de la guarda
suspiras
y dejas tu cabeza en mi regazo

te burlas
de mi
en la madrugada
e instalas
tus zapatos
debajo de mi cama

el amor
es un palomo
que arrulla en mi alma.